Bienvenidos una vez más a otra semana, en esta oportunidad desarrollaremos algunas aristas del aborto desde el punto de vista filosófico.
Entrando en temas filosóficos y considerando un artículo realizado por Juan Pablo Roldán, filósofo argentino, en su artículo “APRENDIENDO DE LOS ABORTISTAS DE LA PRIMERA PREMISA” se señala un conjunto de observaciones interesantes sobre el verdadero “meollo del asunto” sobre el aborto, dicho artículo lo plasmaré textualmente porque hay muchas personas que quizás no puedan pagar por el artículo o quizás no tengan el tiempo para buscarlo, en consecuencia, tengo la intención de compartir la lectura de tan corto pero enriquecedor artículo se los facilito entre corchetes para su lectura tal y como lo ha publicado su autor Juan Pablo Roldán:
[¿Cómo puede colaborar la filosofía con la reflexión sobre un tema tan actual y relevante como el del aborto?
Al igual que en otras cuestiones, su función no es decidir por otros ni intentar hacer propaganda a favor de una opinión determinada. Consiste, en cambio, en plantear el tema con claridad y profundidad. Lo único prohibido en una discusión filosófica debería ser la superficialidad.
La superficialidad impide el diálogo y las decisiones libres. La superficialidad genera pseudo-problemas, pseudo-decisiones, pseudo-peleas y también pseudo-acuerdos.
En esta búsqueda de profundidad y de diálogo auténtico, todo autor lúcido es un aliado. Por ejemplo, lo son los pensadores abortistas Richard Dawkins, Mary Anne Warren o Peter Singer. Deberíamos aprender de ellos.
El silogismo “anti-aborto”:
Peter Singer formula así el “silogismo anti-aborto”:
1.- “Esta mal matar a un ser humano inocente”. (Primera premisa)
2.- “Un feto humano es un ser humano inocente”. (Segunda premisa)
Conclusión: “está mal matar a un feto humano”. (Singer, 2005).
De aquí que podría clasificarse para los abortistas en dos categorías: la de los contrarios a la primera premisa y la de los contrarios a la segunda. La diferencia no es meramente lógica, sino también de profundidad metafísica. Los abortistas de la segunda premisa son superficiales por lo que hacen imposible un diálogo filosófico. Los abortistas de la primera premisa, en cambio, explican su postura con profundidad, y sus ideas deberían ser bienvenidas por “verdes” y “celestes” por igual. Plantean alternativas con claridad, por lo que invitan a una elección verdaderamente libre.
Los abortistas de la segunda premisa.
Muchos abortistas, afirma Singer, intentan refutar el silogismo negando o ignorando la segunda premisa (“Un feto humano es un ser humano inocente”). Los dos procedimientos -negarla o ignorarla- son inaceptables e imposibilitan una discusión filosófica. Es lamentable que este tipo de razonamiento haya sido mayoritario en el debate en Argentina, porque esto implicaría que no ha habido un real diálogo. Los slogans vacíos pretenden generar aprobación, pero no llegan a ser argumentos dignos para un intercambio genuino.
Según Singer, no existe absolutamente ninguna duda de que un feto es un ser humano, en el sentido de que es un ser vivo perteneciente a la especie humana y distinto de su madre. Negar esto supondría una ignorancia excesiva o mala fe. En ambos casos, el más elemental conocimiento destruiría esta opinión, por lo que ni siquiera cabría comenzar un debate. Si el problema a discutir fuera el de la humanidad del embrión, no habría, en realidad, discusión posible.
Otros abortistas de la segunda premisa optan por ignorar el problema de la humanidad del embrión, considerándolo discutible y, por lo tanto, irrelevante frente a la importancia de defender algo indudable: los derechos de la madre.
Responde Singer:
También es cierto que no podemos limitarnos a invocar el "derecho a elegir" de una mujer para evitar la cuestión ética de la condición moral del feto. Si el feto tuviera en verdad la condición moral de cualquier otro ser humano, sería difícil sostener que el derecho a elegir de una mujer embarazada comprende el de provocar la muerte del feto… (Singer 2012).
Los abortistas de la primera premisa
Singer, Dawkins o Warren, entre otros, optan por negar explícitamente la primera premisa del silogismo antiaborto (“Está mal matar a un ser humano inocente”) y, en esa medida, son profundos y orientadores para abortistas y antiabortistas. Sus ideas permiten un verdadero -y dramático- debate.
En Repensar la vida y la muerte. El derrumbe de nuestra ética tradicional, Singer propone dejar atrás los mandamientos de la “vieja moral” y reemplazarlos por los de otra nueva y más coherente.
Por ejemplo, debemos sustituir el mandato de “considerar que toda vida humana tiene el mismo valor” por el de “reconocer que el valor de la vida humana varía”; “nunca poner fin intencionadamente a una vida humana inocente” por “responsabilízate de las consecuencias de tus decisiones” (incluida la de matar); “creced y multiplicaos” por “traer niños al mundo sólo si son deseados”; “considerar toda vida humana siempre más valiosa que cualquier vida no humana” por “no discriminar por razón de la especie”.
Es el momento, afirma Singer, de una “revolución copernicana” de tipo ético. Así como para Copérnico la Tierra dejó de ser el centro del universo, es hora de que el ser humano también pierda el privilegio de su histórico lugar central.
Al igual que la cosmología anterior a Copérnico, la doctrina tradicional de la santidad de la vida humana es hoy en día un profundo problema (Singer 1997, p. 186).
¿Cuándo es bueno matar seres humanos inocentes?
La idea de una inviolabilidad absoluta de los seres humanos inocentes afirma Singer, es propia de un paradigma antiguo, que genera muchos problemas y paradojas en la civilización actual. Es un lastre que debe ser superado.
Desde la concepción hasta la adultez existe una continuidad biológica en cada ser humano que desautoriza toda pretensión de negarle la humanidad en algún momento del desarrollo. Pero sí cabe decir que no todos los seres humanos, ni en todos los momentos, tienen el mismo derecho a vivir ¿Quiénes y cuándo lo poseen? ¿A quiénes podría matarse?
Debería descartarse el criterio de la pertenencia a la especie humana como fundamento del valor de un individuo. La biología ha demostrado que los seres humanos no poseen ninguna característica biológica que los haga singulares y separados del resto de las especies. Más aún, si comparamos a un niño humano muy retrasado con un animal no humano, por ejemplo, un perro o un cerdo, a menudo descubriremos que el ser no humano tiene capacidades superiores… (Singer 1997, p. 198).
De aquí que exista un criterio ético más sólido en la apelación a la sensibilidad de un individuo. El deber ético de no dañar a quienes pueden sentir dolor -sean de la especie que sean-, parecería de sentido común. Por eso, tendría algún fundamento la discusión sobre las 12 o las 14 semanas de desarrollo del embrión como límite para un aborto. Pero este criterio no debe ser tomado como exclusivo, porque hay causales por las que conviene matar a un ser con un sistema nervioso desarrollado -presentes en gran parte de las legislaciones abortistas del mundo y en el proyecto discutido en Argentina- y también situaciones en las que no estaría bien hacerlo con uno que esté en estado de inconsciencia.
El último y más decisivo criterio es el de la “personeidad”. No todos los individuos de la especie humana son personas ni todas las personas son humanas. Ser persona supone autoconsciencia y capacidad moral manifiesta, por ejemplo, en la preocupación por la propia vida, por la vida futura, por la vida de otros. Nunca debe matarse a una persona, pero a veces es necesario matar seres humanos no personales, inclusive a aquellos capaces de sentir dolor.
Cuando existe un conflicto de derechos entre una madre -que sí es persona- y su hijo en un estado no-personal, aquella tiene derecho a matarlo.
Más a fondo: aborto e infanticidio
Si, como he defendido, esta línea (la del nacimiento) no marca un cambio repentino en el status del feto, entonces parece haber sólo dos posibilidades, oponerse al aborto o permitir el infanticidio (Singer 1997, p. 206).
Singer vuelve a razonar con coherencia y fidelidad a sus principios. Así como las 12 semanas de vida no suponen ningún cambio esencial en un embrión, tampoco lo hace el momento del nacimiento. Antes o después de las 12 semanas y antes o después del nacimiento, nos encontramos ante un individuo de la especie humana, afirma Singer. Esos momentos no producen ninguna modificación en su “status” ontológico. Por lo tanto, los motivos que justificaban un aborto en un momento tardío del embarazo permanecen luego del nacimiento. Si fuera lícito el aborto, también debería serlo el infanticidio.
Un niño con síndrome de Down, por ejemplo, exige que sus padres hayan “rebajado las expectativas de las capacidades” de su hijo, de quien no puede esperarse que “toque la guitarra, sienta afición por la ciencia ficción, aprenda lengua extranjera, charle con nosotros sobre la última película de Woody Allen o sea una atleta… importante”. De aquí que la licitud de matar o no matar a un niño discapacitado -sea antes o después de su nacimiento-, no depende tanto del valor intrínseco de ese niño, cuanto de circunstancias externas a él. Por ejemplo, estaría menos justificado luego del nacimiento, porque, en ese momento, la madre ya no carga con ese embarazo y porque existe la posibilidad de darlo en adopción, pero no por ningún derecho propio del niño.
En varias civilizaciones se eliminaba a esos niños diferentes. Singer no comparte la idea de que se trataría de “espantosos ejemplos bárbaros de la moralidad no cristiana”. Por el contrario, piensa que “en el caso del infanticidio, es nuestra cultura la que tiene algo que aprender de otras, sobre todo ahora que, como ellos, estamos en una situación en la que tenemos que limitar el tamaño de la familia”. Lo que hace un tiempo era considerado “espantoso”, tal vez ahora deba ser visto como “civilizado”.
Los abortistas “impuros”
Es frecuente que algunos abortistas propongan una postura intermedia entre la de los abortistas de la primera premisa y la de los abortistas de la segunda.
Cuando, por ejemplo en nuestro país, un defensor del aborto tiene la valentía de manifestar opiniones contrarias a la primera premisa (como que un mismo niño puede ser eliminado o asistido por el Estado, dependiendo del deseo de su madre; o que hay que clasificar a los seres humanos en dos categorías, la de quienes tiene poder y derechos, por un lado, y la de los individuos sin poder ni derechos, por otro), suele recurrir a una dosis de abortismo de la segunda premisa, como una forma de atenuar un poco la dureza de sus opiniones a los oídos de algunas personas. De esta forma, combina sus ideas con otras relacionadas con la “defensa de la vida” o de los “derechos humanos” o llama “antiderechos” a quienes se le oponen.
Los abortistas de la primera premisa rechazan tal procedimiento encubridor, inaceptable para los defensores de una postura profunda. En el fondo, recurrir a la retórica de la segunda premisa implica reconocer el valor -o, al menos, la pregnancia- de los argumentos provida. Por eso, este abortismo impuro parece ser parte de una estrategia burda de propaganda que, finalmente, atenta contra la racionalidad de las ideas de quienes lo utilizan.
¿Qué discutimos cuando discutimos sobre aborto?
¿Cómo puede colaborar la filosofía con la reflexión sobre un tema tan actual y relevante como el del aborto? No aportando soluciones de entrada, sino planteando alternativas auténticas. Los autores provida profundos y los abortistas de la primera premisa ayudan por igual a esta reflexión.
Se trata de un tema muy difícil desde un punto de vista existencial, pero muy sencillo en lo teórico. Esta disparidad potencia los intentos de complicarlo teóricamente, a costa de la lógica y de la hondura filosófica de muchos argumentos. Por eso, los prolegómenos filosóficos a toda decisión auténtica sobre el tema consistirán, sobre todo, en apartar la hojarasca para que brillen con fuerza las ideas de fondo enfrentadas.
¿Qué nos enseñan respecto de estas opciones los abortistas de la primera premisa?
Que las alternativas en juego son claras y que debemos animarnos a considerarlas.
Que son imposibles el diálogo y las decisiones libres intentando ocultarlas o mezclarlas.
Que debemos elegir entre una concepción de la realidad conforme a la cual todos los seres humanos tienen un valor absoluto (siempre fines y nunca medios, según la expresión de Kant) y otra según la cual quienes tienen el control y el poder tienen más derechos que los vulnerables e indefensos.
Que sigue vigente la opción entre la contemplación y el amor de una realidad intrínsecamente valiosa (en el centro de la cual se hallan las personas), por un lado, y el dominio de una realidad desprovista de valor -que incluye, sin ningún privilegio particular, a los seres humanos-, por otro.
Que debemos optar entre la defensa de los derechos humanos y la defensa de los derechos de los poderosos.
Los abortistas de la primera premisa tienen el mérito de volver a plantear sin disimulos los ideales de la Ilustración, que tantas críticas han recibido. En nombre de una nueva civilización, proponen, deberían olvidarse los viejos valores y ser reemplazados por sus opuestos. El debate sobre el aborto es, al mismo tiempo, una discusión acerca de nuestra visión del ser humano, del mundo, de la cultura y de la historia humana.
Peter Singer invita a una “revolución copernicana” de tipo ético, que implica el abandono de la idea de “santidad de la vida humana”, puesto que el mandamiento de “nunca poner fin intencionadamente a una vida humana inocente” es “demasiado absolutista”. En su opinión, ese dogmatismo amenazaría a la civilización actual.
Max Horkheimer y Theodor Adorno develaban hace años los principios de este nuevo ideal de “progreso”: “«¿Dónde están tus grandes peligros?», se preguntó Nietzsche una vez. «En la piedad»”.]
CONCLUSIÓN
Entonces, hemos demostrado estimado lector luego de un breve paseo por la genética, la embriología y la filosofía de que un feto es un Ser Humano en una etapa diferente de su desarrollo y que apoyados en el artículo de J.P Roldán podemos concluir de que estar a favor del aborto es estar a favor del infanticidio debido a que no cabe ninguna duda que los mismos argumentos que son válidos para matar a un bebé de 2, 3 o 14 semanas, son los mismos que podrían aplicarse a un niño de menos de 7 años ya que según los abortistas de la primera premisa el valor de una vida es relativo y que si un niño pequeño no tiene “personalidad” ni mayor aporte a la sociedad o a la humanidad su condición humana es perfectamente prescindible.
¿Por qué la propaganda proabortista da tantas vueltas? La respuesta es muy simple, porque son unos cobardes, porque buscan con mentiras disfrazar sus verdaderos pensamientos y sus verdaderas intenciones, porque son unos infanticidas que tratan de expresarse dentro de lo “políticamente correcto” y que buscan darle a usted como ciudadano la responsabilidad y proyectarle la culpa del asesinato de esos bebés que no estarían en su vientre o en el vientre de su pareja si ambos hubiesen hecho un uso apropiado de alguno de los métodos anticonceptivos que van desde los más naturales como el método de Billings o el método del ritmo, pasando por los métodos anticonceptivos mecánicos como el preservativo y la T de cobre, los métodos hormonales como los anticonceptivos orales, inyección mensual o trimestral o el Implanon® que dura unos 3 a 5 años, la pastilla del día después como el Levonorgestrel y por último los métodos quirúrgicos como la vasectomía y la ligadura de Trompas de Falopio.
Todos los métodos anticonceptivos son eficientes, unos más que otros, pero, en definitiva, si son bien utilizados no debería existir un embarazo no deseado hoy en día. Lo que realmente ocurre es que la gente cree que el sexo es un juego, que no tiene ninguna consecuencia y cuando la hay como en este caso un embarazo, es más fácil hacerle pagar al más débil de la cadena, cercenando su derecho a vivir como un “Ser Humano” que en este caso es un niño inocente, el resto de la discusión, son posiciones entre el mismo bando, el del estar a favor del infanticidio y el aborto de manera abierta, honesta y directa o la de estar a favor del infanticidio en una etapa muy temprana del desarrollo de forma cobarde, evasiva, poco clara y dentro de lo “políticamente correcto”.